jueves, 20 de septiembre de 2012

Lo necesario para la infinidad

La mayoría de las veces cuando somos presos de un sentimiento no queremos que este se vaya, ni tampoco que fluyan otros diferentes, por miedo al cambio de este primero, tan valioso para nosotros... Que aunque nos haga sufrir lo queremos ahí, en nuestra vida, en nuestro corazón, bajo llave, rodeado por un alambre de espino, protegiéndolo, con todo el cariño que previamente este te había quitado. A este sentimiento están aferrados mil momentos, que aunque hayan sido sencillos, nos han marcado. Parece que nunca los vamos a olvidar, porque repican en nuestra cabeza una y otra vez y lo hacen de una manera tan real... Una vez nos lo han arrebatado, sí, porque aún lo sentimos, pero se lo han llevado, lo han falsificado, nos sentimos completamente vacíos, vulnerables ante el mundo, ante las demás personas, por miedo. Y es que el sentimiento resulta que tenía fecha de caducidad. Aún así sigues creyendo en él, profundamente y en silencio, y esperas muy seguro a que vuelva. Pues, en realidad, si un sentimiento se estira de tal manera que se deforma, pierde su esencia y se fusiona con otros sentimientos, amargos. Nos negamos a aceptar que algo que nos hace sentir tan bien se acabe. Se acaba. O no. Los sentimientos son como las personas, a veces, necesitan su espacio, evolucionar. A aquellos a los que no podemos olvidar, no significa que tengamos que odiarles, ni esperarles, ni mucho menos, quedan en el recuerdo por algo. 
Para que un momento goce de infinidad, debemos saborearlo poco a poco, dividirlo. Así, jamás se perderá la magia. Es difícil, porque nadie nos da un guión en el que te asegure que estás apostando correctamente...

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